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Tengo que haceros una confesión: hace dos meses, cuando comencé el blog, estaba en casa de mi hija mayor, feliz, rodeada de
amor y de apoyo; cerca de un niño de dos años que es una maravilla y que te da
amor incondicional todo el tiempo, el mejor amor del mundo. Al volver a casa
llegaron mis hermanos, que no sólo me mimaron y estuvieron conmigo para hacer
filosofía de cocina, charlar, disfrutar de la comida y paseos, viajar y
reírnos, sino que pusieron en condiciones la casa, porque ella estaba
constantemente haciendo cosas, ordenando y ocupándose de la lavadora y él
hizo todos esos arreglitos que son tonterías y, salvo que llames a www.maridodealquiler.es, se van
acumulando porque no sabes cómo solucionarlos tú, ya que además de salirte por
un ojo de la cara, te sientes un poco boba llamando a un electricista y
que luego te toquen el timbre y aparezca un muchachote con un carrito lleno
de herramientas y cables de colores para renovar todo el cableado de la casa,
cuando lo que necesitas es que te cambien un enchufe que tiene entrada para
pata finita y necesitas uno para pata gorda.
Pero ya se ha acabado el verano, ha
comenzado el viento y la lluvia, han terminado las visitas, se ha cambiado la
hora y oscurece más pronto y aquí estoy, nuevamente sola con el gato, las
plantas y las lombrices, que he tenido que sacar del balcón de la cocina porque las moscas de la fruta me habían invadido y me estaban volviendo
loca. ¡Qué peligro! ¡Cuánta necesidad de seguridad / variedad; amor y
conexión/ reconocimiento! ¡Cuán fácil resultaría utilizar la comida para llenar
ese vacío!