viernes, 11 de octubre de 2013

13 ¡Benditas emociones! (1)

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Más vale tarde...

Mira tú que tenía que llegar a esta época de mi vida para aprender que las emociones son las impulsoras de nuestra existencia. Durante toda mi infancia y parte de mi juventud, la consigna era controlar, reprimir las emociones. Y ahora voy y me entero que tengo que desandar todo ese camino. Pero bueno, así son las cosas y habrá que seguir aprendiendo. Al fin y al cabo, ese es el motivo de nuestra presencia en la tierra. 

Son otras épocas

De poco vale ponerse a hacer arqueología e intentar averiguar por qué nos enseñaban eso. Supongo que yo sería muy liante. Hay que ver que ahora la información que se tiene del funcionamiento del ser humano es mucho más exhaustiva que cuando yo era pequeña. En algún momento alguien se dio cuenta del valor de las emociones y ahora tenemos la suerte de que existen un montón de técnicas para ayudarnos a abrir ese dique que les pusimos entonces. 
Lo que sí es cierto y ya hemos mencionado varias veces es que mientras no cambiemos la emoción que nos hace ponernos como focas, las dietas que hagamos serán solo transitorias y luego volveremos al peso que teníamos -o a más todavía. 


La cirugía bariátrica

Un eminente endocrinólogo me contaba el caso de una paciente a quien le habían hecho cirugía bariátrica hace unos años. Por si no lo sabéis, la cirugía bariátrica es una intervención quirúrgica que tiene diferentes técnicas y que consiste en cortar o reducir el paso del tubo digestivo de una u otra forma. El aparato digestivo es básicamente una manguera de unos once metros que a veces se engrosa para formar una bolsa, como la del estómago, a veces se pliega para acomodarse dentro de la cavidad abdominal, como los intestinos. Este tubo está constituidos por diferentes tejidos que sacuden, aprietan, menean y empujan la comida a la vez que se conectan con glándulas que le echan líquidos que ayudan a digerirla y luego absorber los nutrientes a través de sus paredes. Una estupenda máquina en la que, como todo nuestro cuerpo, el equilibrio de los químicos es maravilloso. Pero claro, cuando se interviene quirúrgicamente, el tema cambia y puede resultar muy complicado lograr un equilibrio que permita a la persona llevar una vida normal, por lo cual se recurre a ella cuando la obesidad es muy grave, con riesgo para la vida del paciente.
Según me contaba el médico, esta mujer pesaba  ciento treinta kilos y después de la cirugía llegó a bajar a cien. Imaginaros, treinta kilos es mucho peso y estaba feliz. Pero después de unos años volvió a ver a su endocrinólogo porque había comenzado a engordar nuevamente y ya llegaba a los ciento catorce kilos. Tras negar durante un rato que estuviese comiendo más, finalmente se derrumbó, confiándole que estaba muy ansiosa y que usaba la comida para calmar su ansiedad. Imagino a esta pobre señora subida a la balanza. ¡Cómo sufriría viendo la agujita aumentar día tras día!
El endocrinólogo estuvo totalmente de acuerdo conmigo en que si no hay cambio interno, las medidas drásticas como la cirugía bariátrica son limitadas, sin contar con los efectos secundarios, que no es necesario enumerar aquí y podéis preguntarle a nuestro amigo Google. Cuando él se dedicaba a tratar pacientes con obesidad, siempre les preguntaba si estaban decididos a perder peso. Aunque la mayoría respondía que sí, él sabía que en su fuero interno eso no era cierto, que el componente emocional es esencial en el proceso de la pérdida de peso. Algo que muchos no tenemos en cuenta es que el médico endocrinólogo no es un psicólogo ni un psiquiatra, que en nuestro caso lo que puede hacer es guiarnos a una dieta equilibrada, calcular el número de calorías que necesitamos para no engordar o adelgazar, proponernos cambios de hábitos alimentarios o de vida. Su trabajo no consiste en tranquilizar nuestra ansiedad. La decisión es nuestra. La voluntad es nuestra. La constancia es nuestra. El cambio lo hacemos nosotros. Adelante, repite todos los días mientras te lavas los dientes lo que aprendiste en el ocholoco, descrito en el capítulo "¡A la porra con Sísifo!".




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