Un curso de escritura
He
tenido la alegría de que mis hijas y un grupo de amigos me regalasen un curso
de escritura de SARK* para mi cumpleaños. No es un curso al uso, es decir
aprender a organizar las ideas, mejorar tu redacción o asimilar el uso del
difícil punto y coma, el que no se escondió, se embroma.
No,
este curso consiste en ir poco a poco despejando la cabeza para poder conectar
con la musa, que es quien nos dicta lo que escribimos.
Hace años tuve la fortuna de sentir esa maravillosa sensación de escribir sin ningún esfuerzo, como si uno fuese canalizando información que no sale de su cabeza, sino que entra por algún lado y pasa a través de los dedos para escribirse automáticamente. Fue genial y escribí un libro. No sé cuándo ni cómo desapareció mi musa, pero tras su pérdida pasé años batallando, intentando escribir cuando cada página resultaba un esfuerzo. Y, al comenzar este curso, de repente empecé a escribir el blog. Muchas gracias, hijas y amigos por ayudarme y darme esta oportunidad.
Hace años tuve la fortuna de sentir esa maravillosa sensación de escribir sin ningún esfuerzo, como si uno fuese canalizando información que no sale de su cabeza, sino que entra por algún lado y pasa a través de los dedos para escribirse automáticamente. Fue genial y escribí un libro. No sé cuándo ni cómo desapareció mi musa, pero tras su pérdida pasé años batallando, intentando escribir cuando cada página resultaba un esfuerzo. Y, al comenzar este curso, de repente empecé a escribir el blog. Muchas gracias, hijas y amigos por ayudarme y darme esta oportunidad.
La
serie de ejercicios que SARK propone para liberar la creatividad, la musa, “El
Sabio Interior”, como lo llama ella –aunque puntualiza que tú lo puedes llamar
como quieras, lo cual me causó una gran tranquilidad-, es de lo más divertida y
aplicable a cualquier orden de nuestra vida. Lo más
bonito es que el proceso se hace con suma suavidad y cariño y os lo voy a
contar para que lo implementéis inmediatamente.
¡Qué cabeza loca!
¡Ay,
esa cabeza! ¡Ay esas voces internas que maestros filósofos desde hace siglos
intentan enseñarnos a acallar con la meditación para que podamos conectar con
nuestro ser interior! ¡Qué parloteo, por Dios!
Buda
sugería concentrarnos en nuestra respiración y sentir el aire más fresco que
entra por los agujeros de la nariz y más caliente al espirar. Gandhi se
centraba en el girar de su huso mientras hilaba. Otros te sugieren una vela o
una rosa para que la mires fijamente. Pero mientras uno inspira, espira, inspira,
espira e intenta sentir calor y frío o se pone bizco de tanto centrarse en la
rosa, las vocecillas no paran de hablar. Hay muchos que desistimos de meditar porque esas técnicas no nos sirven.
Los canales de comunicación
Si
analizamos un poco, veremos que tanto Buda como Gandhi lograban concentrarse de
forma kinestésica, o sea que se centraban en el canal de comunicación con el
mundo que tiene que ver con las sensaciones corporales: la temperatura, el
movimiento, el peso de nuestro cuerpo, los aromas, etcétera. Y es curioso que muchas otras
veces Gandhi utilizase para su revolución pacífica el canal kinestésico: hizo
huelgas de hambre y organizó marchas hasta lograr la independencia de la India.
La
técnica de la vela o la rosa, por otro lado, se centra principalmente en el
canal visual, aunque también tiene un componente kinestésico: tanto la vela
como la rosa emiten perfume.
Sin
embargo, la radio que está encendida todo el tiempo en nuestra cabeza
corresponde al tercer canal, el canal auditivo -en general, todos tenemos dos canales que predominan sobre un tercero. ¡Por eso a mí las técnicas de Buda y Gandhi no
me valían!
¿Habéis observado cómo ponen musiquita en cuanto comienza a contar el tiempo en los programas de pensar palabras o hacer operaciones matemáticas como “Cifras y letras”? Esa música nos interrumpe la forma de pensar que tenemos los auditivos. No podemos oírnos dentro de la cabeza. Imaginaros a un auditivo compitiendo con un visual en “Cifras y letras” . El auditivo lleva todas las de perder, porque no “oye” las palabras en su mente, mientras que el visual las puede “escribir” en su pantalla mental y no tiene ningún problema, la música no interrumpe sus pensamientos. Yo soy muy buena con las palabras, pero no puedo escribir ni estudiar con música. Tampoco puedo jugar al Scrabble con alguien que hable mucho. ¿Acaso no pedimos a veces a alguien que se calle porque no podemos pensar?
Muy cucos los de la tele
¿Habéis observado cómo ponen musiquita en cuanto comienza a contar el tiempo en los programas de pensar palabras o hacer operaciones matemáticas como “Cifras y letras”? Esa música nos interrumpe la forma de pensar que tenemos los auditivos. No podemos oírnos dentro de la cabeza. Imaginaros a un auditivo compitiendo con un visual en “Cifras y letras” . El auditivo lleva todas las de perder, porque no “oye” las palabras en su mente, mientras que el visual las puede “escribir” en su pantalla mental y no tiene ningún problema, la música no interrumpe sus pensamientos. Yo soy muy buena con las palabras, pero no puedo escribir ni estudiar con música. Tampoco puedo jugar al Scrabble con alguien que hable mucho. ¿Acaso no pedimos a veces a alguien que se calle porque no podemos pensar?
Cháchara y más cháchara
A veces, cuando me cruzo por la calle con alguna persona que no está en sus cabales y va hablando o gritando sola, pienso que la única diferencia entre ese y yo es que lo mío va por dentro, pero si me pusiese un amplificador, sonaría igual que él. Y lo más molesto es que el diálogo interno siempre es negativo. Sea queja, crítica, presión, o rabia, las voces nos distraen de lo que queremos hacer, nos impiden estar centrados, recibir la información que nos puede dar nuestro ser interior. Muchas veces, cuando intentamos meditar optamos por dormirnos para acallar las voces de una vez, o si estamos haciendo algo más, abandonamos. A mí me ha pasado de comenzar una página con todo entusiasmo y, de repente, levantarme de un salto e interrumpir el proceso como si alguien hubiese apretado un botón. ¡Páfete, fuera inspiración!
La técnica de Susan
SARK
propone identificar a esas voces, a las que llama “Los Críticos Internos” y
ponerles nombre. Por ejemplo: “El quejica” es el que te está diciendo siempre:
“Huy, qué difícil que es esto, uf, para qué me habré metido a hacerlo, ay, no me
sale, vaya, no sé cómo acabarlo” y cosas por el estilo. “El criticón” es esa
vocecita que te boicotea con: “Esto está mal, hay que repetirlo, empieza desde
el principio, qué horror te ha salido ese dibujo, muy grande, es muy pequeño,
está torcido, está fuera de perspectiva, está
muy esto, muy aquello…”. También está “El indeciso” que te hace dudar
todo el tiempo y te presenta diferentes alternativas para marearte y retrasar o
interrumpir lo que estás haciendo. Tienes invitados a cenar y mientras estás
planeando la cena piensas en qué hacer de postre: “¿Hago una mousse de chocolate o un lemon pie? A Marcelo no le gusta el chocolate,
así que mejor un lemon pie. Pero el lemon
pie es más lioso que la mousse y la
mousse le gusta a todo el mundo menos
a Marcelo. Voy a hacer una mousse.
No, mejor lemon pie”. Total que tanto
te enredas que no haces ninguno de los dos postres y acabas comprando helado, que
es lo más sencillo porque además, estás cansadísima aunque no hayas hecho nada.
Uno de mis Críticos Internos era “El desalentador”. “¿Para qué te vas a poner a hacer dieta, si después de un kilo no bajas más? No vale la pena tanto esfuerzo para nada. ¿Qué más da si estás gorda? Lo importante es lo de dentro”.
Uno de mis Críticos Internos era “El desalentador”. “¿Para qué te vas a poner a hacer dieta, si después de un kilo no bajas más? No vale la pena tanto esfuerzo para nada. ¿Qué más da si estás gorda? Lo importante es lo de dentro”.
La cartita al Crítico Interno
Ya
sabemos por lo que nos sucedía cuando queríamos hacer una dieta drástica: en
cuanto tomábamos la decisión de hacerla, íbamos corriendo a comer algo. Por eso
me gustó el método de SARK. Ella sugiere que con toda dulzura les busquemos un
empleo a todos esos “Críticos Internos”, como los llama. Y cuanto más
disparatado sea el trabajo, mejor. Aquí viene lo bueno: ¿Cómo lo hacemos?
Estúdiate
durante unos días para poder identificar a tu Crítico Interno más molesto. Y no
me vengas con que los tienes todos, que eso no es más que una forma de evitar
el cambio. ¿Quieres cambiar? ¡Pues, pon algo de tu parte!
Os
cuento lo que hice yo. Después de prestar un poco de atención a mis voces
internas, me di cuenta de que la más frecuente, la que apretaba el botoncito y
me cortaba la inspiración con un corte limpio y rápido como el de un escalpelo,
era “El desalentador”. Siguiendo las instrucciones de SARK, le escribí una
cartita diciéndole:
Es
verdad que el Crítico Interno intentará volver, pero cada vez lo convencemos
de que será mucho más valioso en la cabeza de alguien más que en la nuestra. Con la
práctica, nos llevará poco tiempo deshacernos de él cada vez que aparezca. Con
cariño y con dulzura repetiremos:
Eres mucho más útil allí que aquí. Adiós.
Adiooooooos. Bye bye.
Otros
trabajos que sugiere SARK –por cierto, lo de los colores en la carta es idea de
ella, veréis que su trabajo es maravillosamente alegre-, son:
El
perfeccionista: Identificador de huevos rotos en una empaquetadora de huevos.
El
Pesado con los Detalles: Contador de las hojitas de té que caben dentro de un paquete.
El
criticón (este es mío) Crítico de una revista de cine especializada en películas Series
B.
¡Hala, a buscar la caja de fibras de colores y a divertirse!
¡Hala, a buscar la caja de fibras de colores y a divertirse!
*SARK, siglas para Susan Ariel Rainbow Kennedy, es una escritora
y artista americana. También da cursos y hace tutorías
personales.
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